viernes, 24 de agosto de 2012

El penúltimo adiós

Escribe: Germán Cejudo


Se miró como si fuera la última vez en aquel espejo antiguo que descansaba en un mueble macizo de caoba. Sobre el mueble también yacía, terriblemente sola, su nota suicida.
Después de mirarse y secar con la manga de su camisa las lágrimas de sus ojos se alejó del espejo y de sí mismo. Preparó la cuerda que había comprado con anticipación y la amarró cuidadosamente a una lámpara que colgaba del techo. Probó que resistiera su peso y bajó del banco. Se dirigió una vez más al mueble para reacomodar su nota, de modo que fuera lo primero que se viera al entrar al cuarto.
Cuando se alejó del mueble sintió ganas de defecar y salió del cuarto para ir al baño. Cuando entró al baño se percató de que el papel se había terminado, por lo que tuvo que bajar al cuarto de servicios. Cuando al fin encontró el papel, lo tomó y subió.
Entró al baño y trató de evacuar pero al ver que no podía liberarse del contenido estomacal, comenzó a golpearse las rodillas. El ir por el papel de baño, el nerviosismo del suicidio y el haber comido platillos de queso le habían causado un efecto retardador.
Cuando hubo excretado, salió del baño y caminó hacia el cuarto, miró el reloj de pared y se dio cuenta de que su esposa no tardaría en llegar. Rápidamente desató la cuerda y escondió la nota suicida.
Su esposa y él llevaban un par de años separados y sus hijos habían decidido vivir con su madre por lo que no los veía desde hace meses.
Su matrimonio se había quebrado por una infidelidad de parte de él. A pesar de su profundo arrepentimiento nunca obtuvo el perdón de su esposa. Lo que más lo hundió fue el tener que perder a sus hijos y que ellos tuvieran que vivir con un padrastro y fuera éste quien les enseñara las cosas que él no pudo enseñarles.
A raíz de su divorcio y la pérdida de sus hijos también perdió el empleo. Debía una cantidad exorbitante al banco y otro tanto a su esposa y su nuevo marido.
Su esposa llegó casi cuando terminó de esconder su carta suicida. Discutieron un poco más de dos horas sobre papeles y dinero. Ella se fue pasadas las diez de la noche.
A esa hora él ya estaba demasiado cansado, así que decidió irse a dormir. Se acostó y apagó la lámpara. Encendió un cigarrillo y con la luz de la colilla hacía figuras en el aire mientras pensaba en todo lo ocurrido. Pensó que la muerte suele ser graciosa. Esta vez una caca le había salvado la vida pero la próxima vez no pasaría. 

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