Me desgarro en un tardío y distante eco
dando largas y azarosas pinceladas de humo,
donde el olvido está miserablemente seco
y la alegría ha perdido ya su zumo.
La noche cae con sus oscuras ramas,
los cuervos despiertan de su sueño,
los fantasmas se levantan de sus camas,
recuerdos que se hacen grandes y pequeños.
Bailo el vals de la muerte sin recato,
muriéndome cuando las notas languidecen
y las lágrimas predicen este anunciado asesinato.
La impotencia aprieta el nudo que me ata,
mi memoria descongela los recuerdos abnegados
y es entonces cuando veo esa mirada que me mata.
Germán
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