martes, 27 de noviembre de 2012

Muerte


Germán Cejudo Castilla

Muerte
Muerte empecinada en salir a flote,
dejas tu rastro en el profundo mar,
en el mar de angustia y su sonoro azote,
madeja de llamas que no se cansa de quemar.

Muerte que mojas la irreverente calma,
despiertas cuando los mortales nos dormimos,
maligna te escondes debajo de la cama,
burlándote, cierras todos los caminos.

Muerte que tocas las partituras de la vida,
scherzando finalizas los compases silenciosos
que terminan con el cielo y con la risa.
Mengua el sonido grave y se escuchan los sollozos.

Muerte que empalagas de sombras las miradas,
matas todo, vida, sueños y laureles,
del dolor y el diablo eres tú aliada
y de las cenizas haces a alguien que trasciende.

Muerte, llévame despacio en un sueño,
ata mi cuerpo con las cuerdas del azar,
haz de mi vacío un lugar dulce y sereno
y mata mis ojos que ya se cansaron de llorar.

viernes, 24 de agosto de 2012

El penúltimo adiós

Escribe: Germán Cejudo


Se miró como si fuera la última vez en aquel espejo antiguo que descansaba en un mueble macizo de caoba. Sobre el mueble también yacía, terriblemente sola, su nota suicida.
Después de mirarse y secar con la manga de su camisa las lágrimas de sus ojos se alejó del espejo y de sí mismo. Preparó la cuerda que había comprado con anticipación y la amarró cuidadosamente a una lámpara que colgaba del techo. Probó que resistiera su peso y bajó del banco. Se dirigió una vez más al mueble para reacomodar su nota, de modo que fuera lo primero que se viera al entrar al cuarto.
Cuando se alejó del mueble sintió ganas de defecar y salió del cuarto para ir al baño. Cuando entró al baño se percató de que el papel se había terminado, por lo que tuvo que bajar al cuarto de servicios. Cuando al fin encontró el papel, lo tomó y subió.
Entró al baño y trató de evacuar pero al ver que no podía liberarse del contenido estomacal, comenzó a golpearse las rodillas. El ir por el papel de baño, el nerviosismo del suicidio y el haber comido platillos de queso le habían causado un efecto retardador.
Cuando hubo excretado, salió del baño y caminó hacia el cuarto, miró el reloj de pared y se dio cuenta de que su esposa no tardaría en llegar. Rápidamente desató la cuerda y escondió la nota suicida.
Su esposa y él llevaban un par de años separados y sus hijos habían decidido vivir con su madre por lo que no los veía desde hace meses.
Su matrimonio se había quebrado por una infidelidad de parte de él. A pesar de su profundo arrepentimiento nunca obtuvo el perdón de su esposa. Lo que más lo hundió fue el tener que perder a sus hijos y que ellos tuvieran que vivir con un padrastro y fuera éste quien les enseñara las cosas que él no pudo enseñarles.
A raíz de su divorcio y la pérdida de sus hijos también perdió el empleo. Debía una cantidad exorbitante al banco y otro tanto a su esposa y su nuevo marido.
Su esposa llegó casi cuando terminó de esconder su carta suicida. Discutieron un poco más de dos horas sobre papeles y dinero. Ella se fue pasadas las diez de la noche.
A esa hora él ya estaba demasiado cansado, así que decidió irse a dormir. Se acostó y apagó la lámpara. Encendió un cigarrillo y con la luz de la colilla hacía figuras en el aire mientras pensaba en todo lo ocurrido. Pensó que la muerte suele ser graciosa. Esta vez una caca le había salvado la vida pero la próxima vez no pasaría. 

jueves, 23 de agosto de 2012

Hombre que llora

Escribe: Germán Cejudo


Barajeo todos mis recuerdos,
sobre las cartas caen las gotas,
gotas tristes de momentos viejos
deshacen mis entrañas y mi boca.

La luna mentirosa como siempre
me observa a lo lejos en mi cama
quebrado, porque he visto a la muerte
que, a los hombres que lloran, ama.

Yo, onanista y decrépito,
sin luz, sin poesía pero con miedo,
que me inunda con estrépito,
me aterra, me duerme y me pierdo.

Sombras inmisericordes que hieren,
y una extraña música oscura y fúnebre
adornan mi cuerpo inmundo, inerte
que muere en las noches lúgubres.

El cielo se cierra a mi llegada,
es el PURGATORIO el que me acoge,
es ahí donde veo la imagen abnegada
y me quiebro en llantos en la noche.

La muerte carcome las vísceras
que el dolor, poco a poco, deja
y pronto todo se consume como cera
porque el dolor es sólo la espera.

viernes, 18 de mayo de 2012

Sin título II

Todo el día llueve en mi cama
llueve agua y llueve sal,
llueve en el día y en la noche escampa,
mi habitación es todo un mar.

Los grillos sollozan cuando la muerte llora,
las nubes desvencijadas se marchitan,
dejan caer las lágrimas que atesoran
y como tristes sueños se precipitan.

El tiempo desafina los recuerdos,
son borrosos en mi opaca historia,
en la locura de los cuerdos,
en el fango, en la memoria.

Cada noche dura tres años y medio,
se alarga y ensancha en la línea del tiempo
y se reduce a dos horas de tedio,
se extinguen en la vida a destiempo.

La tristeza viene como una ola,
se va y vuelve con más fuerza
y en la arena deja una caracola,
es la muerte que a mi cama regresa.

domingo, 22 de abril de 2012

Sin título

Me desgarro en un tardío y distante eco
dando largas y azarosas pinceladas de humo,
donde el olvido está miserablemente seco
y la alegría ha perdido ya su zumo.
 La noche cae con sus oscuras ramas,
 los cuervos despiertan de su sueño,
los fantasmas se levantan de sus camas,
recuerdos que se hacen grandes y pequeños.
 Bailo el vals de la muerte sin recato,
muriéndome cuando las notas languidecen
y las lágrimas predicen este anunciado asesinato.
 La impotencia aprieta el nudo que me ata,
 mi memoria descongela los recuerdos abnegados
 y es entonces cuando veo esa mirada que me mata.

Germán

jueves, 26 de enero de 2012

Otoño invernal

Escribe: Germán Cejudo

Es un otoño invernal, marcado por las hojas acumuladas en el piso que lo alfombran como los sueños de un anciano. El viento corre libremente por la ciudad y emborracha de frío hasta el alma más recóndita como la muerte.
Todos en la ciudad sonríen, gritan, se enojan, sus vidas parecen cómodas. Festejan, corren, compran, se besan, beben y escupen. Nadie se da cuenta que en ese basurero, lúgubre y real como los sueños, hay un ser que escupe su odio contra Dios a través de sus ojos, un alma que se desgarra viva escondida entre el cielo y el infierno.
El bebé llora y permanece inmóvil, esperando al tiempo junto a los perros hambrientos que devoran desperdicios.
Su corazón palpita sin ritmo alguno, sus lágrimas han recorrido todo el mundo y caído en sus mejillas mientras la luna evita iluminarlo, ella moja con su luz cada centímetro de la ciudad menos al niño, lo deja descubierto, solo, desprotegido y agonizante.
¿Quién pensará en la criatura? ¿Quién lo verá crecer? El niño podría llegar a ser grande, ser feliz y construirse una vida. Podría conocer a una chica, hacer el amor, estudiar, soñar despierto. Podría emborracharse, casarse, llorar sus problemas, disfrutar su insomnio, armar rompecabezas de piezas interminables, visitar a sus padres y hermanos. El pequeño podría escuchar una sinfonía, leer el diario, tocar el piano y vivir feliz, morir feliz, pero nadie muere así. El niño mira sin conocer, intenta no morir pero ¿qué es lo que importa si no es la muerte? El pequeño sigue llorando hasta que llega la profunda oscuridad y suenan como ecos los ladridos de los perros.

domingo, 19 de junio de 2011

Wilibarda

Escribe: Germán Cejudo


Si pudiera ser otro animal me gustaría ser tú, pero a decir verdad, aunque a ti la gente no te huye, no somos tan distintos. Somos vecinos pero no hablamos, porque no hablas, porque no hablo.
Yo no escondo más misterios que los que la gente me inventa, pero tú, tan silenciosa, de ojos tristes, de rictus triste, te inventas uno cada día. Aunque tú no lo sabes te he visto contemplar el abismo, sentada en el piso enfocas tu mirada hacia algo tan lejano como la felicidad. Alcanzas el cielo pero regresas rápido y me traes un par de recuerdos.
Eres la única que lame mis lágrimas y no intentas consolarme porque sabes que no existe consuelo. Me llevas enfrente de un espejo y, no conscientes de nosotros mismos, miramos a través de él pensando que hay alguien más ahí.
Tú y yo cavamos en el suelo, haciendo hoyos tratamos de buscar un pedazo de infierno, pues creemos que para vivir hay que conocer las profundidades de lo oscuro.
En la ausencia de libertad, presos de melancolía, brindamos al mismo tiempo. Tú bebes de tu sucio cacharro con agua y yo de éste estúpido vaso de alcohol y mediocridad.
Valoro tu silencio tanto como valoras el mío, entiendo tu tristeza como tú entiendes la mía. Cuando llega la tormenta y temerosos nos miramos uno al otro yo te ladro y tú me ves, piensas que si pudieras ser otro animal te gustaría ser yo.